El plan inicial era tomar un autobús: pasar de una estación a otra, 1.350 kilómetros, 75€, 22 horas en un bus desinfectado y acondicionado, un paseo incoloro – inodoro – indoloro. Pero como dicen, “uno propone, Dios dispone”. Pocos días después de mi llegada a Sao Paulo, me encontré con Chris, un periodista independiente amante de la aventura. Inspirado por mi viaje y que necesitaba escaparse de la ciudad, me ofreció ir juntos en coche hasta la frontera paraguaya. Sin esperar, me olvidé de la solución fácil y salté en su pequeña Ford Ka blanca, aire acondicionado a ventana y pegatinas para la causa animal pegadas en la carrocería. ¡Ultra ligera, motor a gasolina, nos fuimos volando arriba de las costas!
Nuestra primera parada fue en Curitiba, una ciudad provincial enriquecida por el comercio de castañas y el desarrollo agrícola de la provincia. En un aire de serenidad imperturbable, la ciudad se ha impuesto en el medio del bosque, la mitad de su superficie está ocupada por parques y lagos. Para demostrar su carácter americano, Curitiba alberga el segundo restaurante más grande del mundo, con una capacidad para 700 personas ; y el ojo de Oscar Niemeyer, un edificio futurista para un museo de arte moderno. El Espumante de la casa Durigan, un « champán » local que se parece a una sidra vendida a 7€ una botella, deleita todo el urbe. Con degustación a cados pasillos, esta familia de viticultores invita los clientes a descubrir los productos locales como en un supermercado de lujo.
Dos días más tarde, ventanas abajo y música brasileña a fondo, empezamos nuestro viaje hacia Foz do Iguazú en la única autopista (en el vocabulario francés, se entiende pequeña ruta con peaje) re-asfaltada recientemente, que serpentea a través de un paisaje montañoso y verde, como el campo de la Marne. Los autobuses y camiones se pelean a toda velocidad pasando en medio de la nada, donde miles de árboles, llanuras, cañas, barracas de plátanos y carruajes se cruzan. Entonces sonreí, porque esa era la aventura que estaba buscando… la que me hacía sentir cada kilómetro recorrido por el sudor de mi frente. Al final de este camino, entre las fronteras argentina, brasileña y paraguaya, están las famosas Cataratas del Iguazú. 275 cascadas distribuidas en 3 kilómetros en la Garganta del Diablo, nos hacen recordar que la Fuerza y la Belleza forman una Naturaleza impresionante que ningún hombre podría inventar.
Revitalizada, crucé la frontera paraguaya con sencillez (sin igual) y terminé el viaje en autobús entre Asunción y Ciudad del Este (300 kilómetros). Siendo el transporte más desarrollado en Paraguay, los autobuses ofrecen servicios dignos de las aerolíneas: películas, sillones confortables, camareros y ventas continúas de vituallas. En Asunción, conocí a Julyana, una couchsurfer extremadamente generosa y amable, lista a compartir todo lo que tiene. Inseparable de su Taiga Victoria, ella me recogió en moto. Allí me he reído de nuevo, porque es totalmente este tipo de aventura que estaba buscando: la que te hace atravesar capitales en una pequeña moto de 150cc, nosotras dos cargadas como mulas con mis 15 bolsas sobre la espalda 🙂
¿Cuándo tendré mi propia motocicleta…?
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